Le dije para. Y duele.
Y no paró para escucharme
y no paró.
Y dolía.
Y cuando al fin paró ya me sangraba la esperanza.
Le dije basta. Y no quiero.
Y no reparó en la herida
quizas porque para ese entonces no sangraba
y tampoco dolía
inhibida en su propia incapacidad para sentir la pena.
Y es que ya era costumbre enmascarar la pena
engañarla,
maquillarla,
relegarla a ser gratitud
y no pena.
Le dije ya. Y vete.
Y entonces sí que parecio escuchar.
Y ver.
Y verme.
Pero no era sangre y dolor lo que veía sino ingravidez.
Y no fue sangre y dolor lo que veía en sus ojos sino asombro,
porque no era el momento,
no habia llegado la hora,
¡aun quedaba tanto espacio por ultrajar entre cielo y tierra!
¿Y que cosa es el dolor y la sangre y la pena
sino exageraciones de la carne abierta?
Le dije duele. Y para.
Y no hubiera parado.
Pero esta vez era yo quien no seguía.
A mi lado el pasado se arrastraba
por pura inercia.
Límites
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Lleno de aristas…
Me encanta!
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Cierto. Es mas aristas que poema. Creo que el verdadero poema son las aristas que no supe escribir. Gracias por leer mas allá de los “límites”.
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